7 de julio de 2024
Cultura / Sociedad

MANUEL ACUÑA NO SE SUICIDO POR ROSARIO DE LA PEÑA: VÍCTOR PALOMO

El poeta Manuel Acuña llegó a la Ciudad de México para estudiar medicina, urbe donde le suceden dos cosas inequívocas en su vida. La primera fue cimentar su catolicismo y la segunda, ahí se consolidó como uno de los escritores mexicanos más importantes del siglo XIX.

A pesar de haber alcanzado la fama con su poema “Ante un cadáver”, Manuel Acuña es más conocido por su “Nocturno a Rosario”, una composición que hace pensar a sus lectores y seguidores en el gran mito de este autor: su suicidio. Sin embargo, el editor saltillense Víctor Palomo desmiente esa versión en su novela El pasado (Penguin Random House), galardonada con el Premio Nacional Ignacio Manuel Altamirano.

Tras diez años de investigación, Víctor Palomo recrea la vida del poeta, que a sus 24 años cegó su vida ingiriendo cianuro, y arroja nueva luz sobre los entresijos de su muerte.

¿De dónde salió el interés por escribir sobre la vida de Manuel Acuña?

Es un poeta que cada día es menos conocido, pero que hasta hace 40 años estaba en todas las casas en México. Como yo soy de Saltillo me encontraba con referencias a Acuña en todos lados y eventualmente me enteré de que él había tenido un hijo, cosa que era muy extraña porque nadie hablaba de eso. Con el tiempo me llegaría la biografía que hizo Farías Galindo.

A partir de ahí puedo confirmar que Acuña sí tuvo un hijo, con una mujer llamada Laura Méndez, y que murió a los tres meses de nacido.

El pasado rompe con el mito de un Acuña enamorado de Rosario de la Peña.

Acuña, como poeta, es muy conocido porque supuestamente se había matado por Rosario de la Peña, una mujer bellísima y que nunca se casó, situación que ayudó crear la imagen de la musa mexicana para Acuña. Escribiendo El pasado encontré tres versiones de Rosario de la Peña hablando de la muerte de Acuña. En una dice que solo eran amigos y que lamenta mucho la decisión de suicidarse; en la otra Acuña hasta le propuso matarse los dos, y que ella le dijo que estaba loco; y la última versión dice que Acuña era un hombre enfermo y asegura que ella no era la destinataria del Nocturno.

Mi investigación arroja que en realidad la mujer por la que decide suicidarse es con quien tuvo ese hijo que murió pronto: Laura Méndez, otra intelectual mexicana. El mito del amor romántico de Acuña por Rosario de la Peña fue el que quedó en la sociedad y la identidad de Laura Méndez se fue desdibujando. Es a Laura a quien también le dedicó otro poema que llevaba su nombre y uno último llamado Adiós.

Hilar la relación entre Laura y Acuña no fue fácil. Tarde años revisando los periódicos, cartas y libros. Finalmente, encontré una correspondencia entre los poemas que arrojaron luz sobre le resto.

Lo que orilla Acuña al suicidio es que no conoce a su hijo, no logra verlo nunca, y Laura por varias razones corta contacto con él. En medio de una pobreza marcada, alejado de su hijo y sin hablar con la mujer que ama es que decide suicidarse.

Acuña se suicida pese a ser católico.

Sin duda esa decisión fue muy dura para él por su religión, pero Acuña es un poeta que se supera tanto en dogmas y estigmas, tanto en literatura como en pensamiento. Él se rebasó en muchos momentos.

Antes de suicidarse, él escribe una carta al rector de la escuela de medicina a la que asiste donde le describe qué y cuánto está tomando para matarse. Luego le pide que no se destroce su cadáver, es decir, que no se haga autopsia y le explica cómo lograr eso. Ya muerto, Acuña quería mantener su cuerpo.

¿Cuál fue el México que le tocó vivir a Manuel Acuña?

Es una de las cosas que me atraparon de su vida. Me encontré con una Ciudad de México sin luz, sin drenaje, sin alumbrado y en la que llovía sobre calles sin pavimentar. A mí siempre me ha gustado el mito del vampiro y me encontré con una ciudad vampírica en la que deambulaban figuras extraordinarias como Porfirio Díaz, Benito Juárez, Ignacio Manuel Altamirano y Justo Sierra.

Se trataba de un ambiente fascinante, propicio para escribir una novela como El pasado.

Mi primera idea fue hacer una novela en la que Acuña se mataba por Rosario, pero cuando me encontré con esta ciudad, a través de los periódicos de la época, poco a poco la ficción se fue quedando de lado. No había necesidad de alterar la realidad.

¿Qué momento de la vida de Acuña te parece significativo?

En el siglo XIX hay dos funerales fastuosos. El primero, el de Benito Juárez en 1872 y el otro, el del propio Acuña en 1873; hay que imaginar cortejos fúnebres que hacían que la gente saliera a las calles y se unieran a ellos.

En la muerte de Acuña son más de cien artículos los que los periódicos de la época le dedican. No es para menos, sus dos poemas célebres –“Nocturno a Rosario” y “Ante un cadáver”- se conocen profusamente. La fama de este autor llegó a toda Latinoamérica y hasta a Francia.

¿Qué crees que nos sigue comunicando la poesía de Manuel Acuña?

Una vez le pregunté algo similar al maestro Carlos Monsiváis y él me dijo que, en el caso de “Nocturno a Rosario” es el ritmo, una cadencia que recordamos de principio a fin. Algo muy contrastante en 2024, cuando pareciera que el ritmo es lo que menos importa.

Acuña fue el último romántico y el que tendió el puente hacia lo que llamamos poetas modernos con “Ante un cadáver”, aunque esa transición tardaría 20 años en concretarse.

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