MAÍZ, UN ESCAPE DE SUS VIOLENTADORES
En un intento por huir de la violencia machista a la que era sometida, Rocío comenzó vendiendo tortillas y tlacoyos afuera del Metro, ahora es microempresaria y lleva sus productos a diferentes comercios, fondas y fiestas privadas.
Su emprendimiento, que incluye desde la cosecha hasta el producto final, le permitió ponerse a salvo de las agresiones que vivía en su hogar y librar de ello a sus tres hermanas, con quienes inició la colectiva Mujeres de la Tierra, Mujeres de la Periferia.
Rocío, Gris, Lety y Alma son originarias de la comunidad indígena de Santa Inés Ahuatempan, en Puebla; sin embargo están asentadas en Santa Ana Tlacotenco, Milpa Alta, donde se encuentra la organización que integran y cobija a mujeres víctimas de violencia.
Una a una, las hermanas fueron dejando la casa paterna, en la que padecían maltratos. La primera en irse hace 30 años fue Gris, quien llegó a Milpa Alta, donde formó una familia con un hombre que también la violentaba.
Trabajó como empleada doméstica o vendiendo nieves y, tiempo después, la siguieron otras dos hermanas. La última en arribar a la capital, hace diez años, fue Rocío, la menor de ellas y quien logró estudiar psicología trabajando en casas.
La violencia que vivimos es histórica. Nosotras veníamos de un pueblo empobrecido, olvidado, marginado… Vivimos violencias interseccionales, violencia sexual, abuso físico, psicológico y, además, discriminación por el hecho de ser mujer y ser indígena”, dijo Rocío en entrevista con Excélsior.
Sin embargo, al llegar a Milpa Alta, “seguimos enfrentando esta discriminación y violencia, porque crecimos con la idea de que si te tocó un marido golpeador, te tocó una vida violenta y triste y nos tenemos que resignar”, expresó la mujer de 34 años de edad.
PUNTO DE QUIEBRE
En 2020, la pandemia de covid-19 obligó a las hermanas a quedarse en casa y depender de sus parejas sentimentales. “Otra vez los gritos, golpes”, dijo Rocío.
En un acto de desesperación y de urgencia”, en junio de ese año, decidieron fundar la colectiva Mujeres de la Tierra, Mujeres de la Periferia.
La pandemia nos obligó a encerrarnos con las personas que nos hacían daño y nos quedamos sin trabajo; no teníamos ni un peso en la bolsa para poder comer.
Entonces, platicando entre Gris y yo dijimos: por qué no agarramos los saberes, lo que nos enseñaron las abuelas”, contó Rocío.
Fue así que empezaron preparando tlacoyos, tortillas y tamales, que vendían afuera del Metro, para salir de la violencia que viven.
La psicóloga narró que el parteaguas para aumentar las ventas de los productos de maíz que ellas mismas cosechaban “fue la publicación de una nota” en Pie de Página, un sitio especializado en temas de derechos humanos, crímenes graves, desapariciones forzadas y desigualdades.
Se publicó ese artículo en agosto de 2020, recuerdo que se nombró Tortillas, tamales y tlacoyos en contra de la violencia a las mujeres.
Nos hacían muchos pedidos. Llenábamos tres o cuatro hojas de pedidos y nos teníamos que ir las cuatro, para poder ir a repartir en los diferentes Metros, íbamos como burritos, cargadas”, recordó.
LUCHA CONSTANTE
Las mujeres de la colectiva advirtieron que el camino no ha sido fácil.
En 2020, una de las hermanas enfrentó un intento de feminicidio por parte de su pareja, quien intentó quemar el predio donde vivían las cuatro hermanas en Santa Anta Tlacotenco.
Después de ello, la mujer se separó de su agresor, “aún sentimos miedo, tenemos temor, porque aquí somos conocidas como las mujeres de las malas ideas, porque dicen que hacemos que las mujeres abandonen a sus maridos”, mencionó Alma, quien al igual que otra de sus hermanas, ha recibido amenazas.
Dos años después, comenzaron a dar talleres a otras víctimas de violencia en la zona.
Para fondearse, en junio de 2023 aplicaron a la convocatoria lanzada por la Agencia Francesa de Desarrollo, a través del programa Feminist Opportunities Now (FON, por sus siglas en inglés), apoyado por el Ministerio francés de Europa y Asuntos Exteriores.
La colectiva es beneficiaria de un core-funding, de 58 mil 795 euros, recursos que le han permitido habilitar el espacio de la cocina y financiar los primeros sueldos de sus integrantes.
Además, reciben apoyo para la construcción de una “escuela de la tierra”, donde implementarán la educación ambiental a favor de la paz y la igualdad de género.
La edificación del plantel está en curso y a partir del 7 de diciembre llevarán a las 16 alcaldías “clases de pedagogía del retorno, con clases de siembra”.