7 de julio de 2024
Cultura / Sociedad

LAS MADRES TERMINAN SIENDO LA CARA VISIBLE DE LOS DESAPARECIDOS: LAURA BAEZA

De acuerdo a las últimas cifras del gobierno de México, dos de cada tres personas de entre 0 y 17 años desaparecidas en México son mujeres; se trata de 68 mil 150 jóvenes mexicanas ausentes. Una escalofriante cifra que la escritora Laura Baeza explora en su novela El lugar de la herida (Penguin Random House).

En su libro, la autora cuenta la desaparición de dos adolescentes que, violentadas por el crimen organizado y un sistema de seguridad indiferente, experimentarán la misma tragedia desde ópticas distintas. Además, El lugar de la herida narra la experiencia vital de una madre que se sumerge en la larga e infructuosa búsqueda de su hija.

Sin estereotipos ni dramatizaciones Baeza explora la lucha contra el olvido de miles de mujeres que nunca serán solo estadística más.

¿Por qué te decidiste a escribir sobre las desaparecidas en México?

Tenía la inquietud de hablar sobre las desaparecidas porque nos hace pensar en cuál es nuestro rol como sociedad respecto a ellas. Para todos es un tema bastante incómodo, incluso si no tenemos alguna experiencia personal.

Por eso en El lugar de la herida quería preguntarme sobre este tema desde la voz de una madre y de las chicas desaparecidas.

Tu novela no cae en falsas dramatizaciones.

Me costó trabajo tener la claridad para hacer esta novela con el mayor de los respetos porque un tema como las desaparecidas no está para chistes ni mucho menos para revictimizar a nadie.

Todo el tiempo me preguntaba como hablar con respeto de esto y, al mismo tiempo, desde la preocupación y miedo que me provoca, estar ante un sistema que invisibiliza la violencia de género.

No se trató de crear una historia y exagerarla porque no lo requiere: es lo que hay.

Tu novela describe una muy particular forma de ser adolescente, ¿cuánto conoces del mundo que viven tus personajes?

Yo no vive una adolescencia como las que escribí, pero recordé los años de la primera década del siglo XXI que me tocaron con esa edad: cuando se leían revistas, había cibers y aparecieron los celulares. Una forma de estar en la que los jóvenes de clase media y media baja de escuela pública empezábamos a conocer un ambiente más adulto. Pensé en esa época porque en ella juzgamos a los otros por ser diferentes, por no venir de una familia como la nuestra.

Escribí pensando en el tipo de adolescente que fui y en las cosas que quizá a mí no me sucedieron, pero tal vez sí les pasaron a algunas chicas que compartieron su secundaria conmigo.

Otro de los temas centrales de El lugar de la herida es el miedo. Lucero, tu protagonista, hace una exploración íntima de esa sensación.

Lamentablemente, el miedo es inagotable. Es lo que le pasa a mi protagonista cuando ve el arma bajo la cama. Ese miedo solo va en aumento.

La libertad con la que sus captores pueden ejercer la violencia se convierte en la fuente inagotable de su terror. Es muy fuerte porque ella y las demás en la cueva son adolescentes menores de 18 años.

Las violencias a las que son sometidas las despoja de toda fuerza. El miedo es su gran perseguidor. ¿Cómo puede vivir una persona con ese miedo que ya se le metió en el cuerpo?

Hablas de la experiencia de los padres cuando les desaparecen a una hija.

Para la novela no entreviste a víctimas directas de secuestro y desaparición forzada; trabajé solo con textos periodísticos. Leyéndolos me di cuenta de que generalmente son las madres las que hablan, las que terminan siendo la cara visible de un desaparecido y también sobre las que recaen muchas culpas.

También hay padres que se suman a las dinámicas de búsqueda, pero creo que viviendo en una sociedad tan machista como la nuestra, un padre que muestra su vulnerabilidad no es nada común.

Quería retratar a los padres porque esa visión es parte de la historia de las desaparecidas.

Tu novela no romantiza a las madres buscadoras.

Hay mucho de realidad en la madre que escribí. Ella vive el sentimiento de querer encontrar a su hija, pero también el deseo de bajar los brazos porque está cansada y en realidad no sabe lo que pasó: si su hija está viva, muerta, si se la llevaron o si se fue. El peso de la situación la quiebra emocionalmente.

Al final, y es tal vez lo más duro, la vida para ella tiene que seguir.

Tu novela es desgarradora porque muestra lo difícil que puede ser encontrar sororidad en momentos de verdadera crisis. Las dos jóvenes que protagonizan tu novela están en conflicto.

Quería apegarme a la realidad. Una puede buscar la sororidad con toda la ilusión, pero a veces quienes ejercemos la violencia sobre otras mujeres somos nosotras. No estoy diciendo que las mujeres en El lugar de la herida sean las villanas, pero hay quienes ante la violencia se ponen a disposición del aparato que las está sometiendo. Ambas se están cuidando a sí mismas, porque es lo único que pueden hacer.

Son dinámicas de supervivencia, la sororidad está bastante difuminada.

Esta novela me sirvió para ver que tanta violencia he recibido yo de otras mujeres y que tanta he ejercido contra ellas.

De acuerdo a tu investigación, ¿por qué hay jóvenes tan vulnerables?

Comparten mucha inocencia, entusiasmo, curiosidad y hasta rebeldía. Eso y la clara inseguridad es lo que permite que sean enganchadas por hombres, que también son muy jóvenes. Una de mis protagonistas viene de un hogar como el de muchos de nosotros, pero ella no es la hija que los padres pensaban que estaban educando.

Me costó mucho llegar al punto en que durante las adolescencias nosotros también podemos ser bastante crueles. Podemos ir en contra de todo lo que se nos ha enseñado y entrar en estas dinámicas de violencia.

Matehuala
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